Luciano, entre los sueños y el infierno 31/01/11 (APe)Había nacido un 29 de febrero y jugaba con eso: cumplía años muy de vez en cuando y le encantaba decir que era el menor de la familia: en 2008 tenía apenas cuatro años… Fanático de River, quería tener un hijo y nombrarlo Ramón o Enzo; quería ir a la cancha y traerse un pan de tierra con césped del Monumental; quería ver el mar: “no pudo conocerlo. Me decía siempre: `vamos a ir vos y yo solos, mamá y voy a descalzarme y a caminar´. Yo lo hice hace muy poco y creo que él lo habrá sentido”; quería tocar la nieve y algo parecido pudo hacer cuando nevó en Matanza; no lo atraía la escuela pero le había prometido a Vanesa que iba a hacer el secundario y le iba a regalar el título a ella. A ella que estudió sociología dos años y después, cuando la c
alle le puso ante los ojos su brutal pintura, supo que la universidad y la carrera y “la institución” estaban tan divorciadas de la sangre y las paredes. En esos días de cancha y picadito con amigos Luciano se abstraía del contexto. Se veía lejos, con la camiseta blanca atravesada por ese rojo que –no podía imaginar aún- invadiría su cuerpo en un calabozo atroz y desnudo. Cómo saberse tan hermano de Walter, allá en la 35 después de aquel Obras Sanitarias que pasó al pedestal de dioses y héroes paganos pero que cargó con la muerte eterna
del pibe Bulacio. Cómo imaginarse ellos dos coreando juntos Ji ji ji. Luciano es luz y risa prolongada a pesar de que la historia lo haya puesto de prepo y a la fuerza en el sitial de símbolo: Arruga, desaparecido en democracia. Luciano Arruga, pibe que dijo no y la pagó caro.
Intuiciones
Aquel 31 de enero de 2009 arrancó antes de lo previsto para Mónica. Quien sabe qué rara intuición la llevó a buscarlo a las 5 de la mañana cuando normalmente, si salía, volvía a las 7. “Yo ese día tenía una impresión fea. Me empecé a preocupar. A las 7 recorrí el barrio. Fui al destacamento y pregunté si no había un chico NN detenido. Volví a casa. Pregunté a los hermanos. Me fui a la Octava porque pensé que por la calle lo podrían haber detenido. Me mandaron al destacamento. Debo haber ido 4 ó 5 veces. Al mediodía ya estaba desesperada y volví al destacamento, vi a uno de los policías y me dijo ´está bien, deje que le tome datos´. Yo soy llorona y no me pude contener. El me dijo ´bueno, dígame cómo es su hijo´. Es morochito, alto, 1.73, flaquito, estaba con remera blanca y azul de Argentina, pantalones grises, zapatillas azules. Yo vi que escribía por escribir y me di vuelta y vi a un policía y le dije ´dígale, Torales, usted lo conoce. Dígale cómo es mi hijo´. Mi mamá que es de campo siempre dijo que si alguien no te mira a los ojos, te esconde algo y él no me miraba. Ahí dije algo pasó, algo le hicieron a mi Negro. No había manchas de sangre, no había indicios pero yo supe. De ahí en más, fue apuntar a la policía porque supe que a mi hijo no lo iba a ver más. No me preguntes por qué pero yo supe que iba a ser así. A mi Negro no lo iba a ver más…”.
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